Recuerdo una jornada de mi trabajo en el Gabinete Psicopedagógico de un secundario. Se presentó Franco de 16 años que, sin levantar la vista, se sentó a esperar a que yo hablara. Como no lo hacía, decidió mirarme. ¡Qué bonitos ojos!, pensé, y luego le pregunté cómo estaba.
¡Para el carajo! Su enojo fue como la explosión de una bomba.
Luego de un rato me contó que odiaba su “voz de silbato”.
Verdaderamente sonaba muy finita y estridente. Decidí ponerle un tono lúdico a nuestra charla y me puse a imitar diferentes sonidos de silbato, hasta que se rio y me miró.
-Francamente, Franco…
– ¿Qué?
Le hice ver que con su voz de silbato (lo pronuncié naturalmente, con movimientos de manos como significando “es lo que hay”) no podía castigar sus ojos y su sonrisa.
– ¡Ahí están algunos de tus encantos y tienes que disfrutarlos!
Y hablamos sobre las diferentes voces: las que charlan demasiado y cuentan poco, o al revés; de las voces aterciopeladas, pero con charlas aburridas; de las voces roncas; del tartamudeo. Al llegar a este punto, le conté la siguiente anécdota sobre una experiencia que tuve como maestra jardinera…
Martín era un joven de unos 20 años. Nació con un problema psicomotriz que le afectaba un poco el caminar y bastante el habla. No obstante, se hacía entender y se manejaba independientemente. Escribía para niños, y lo hacía muy bien. Solíamos encontrarnos en Ferias del Libro, ¡y le dábamos a las charlas sobre Literatura Infantil!
Un día lo invité a que venga a narrar al Jardín Manuel Lucero. Se puso muy feliz.
A los pequeños les llamó la atención su forma de caminar, pero él, tranquilamente, se sentó y, antes de empezar a narrar sus poesías, les explicó por qué hablaba con dificultad. Luego…
¡Qué momento mágico pudo crear Martín con la realidad disminuida de su voz! ¡Es que los personajes reían en sus ojos, se movían en sus manos, y hasta los hizo “jugar con el miedo” hacia un “enorme pajarraco que volaba en sus brazos”! Su físico disminuido potenció sus posibilidades histriónicas y lo ayudaron a desplegar sus encantos como comunicador.
Asombro y admiración en Franco, y la aceptación de la tarea de revisar el motivo que lo trajo al Gabinete.
No hice más que trasladarle el foco de atención, y es lo que debiéramos hacer todos cuando no nos conforma algo que no podemos cambiar.
Cuántos encantos nos perdemos de disfrutar cuando estamos anclados en lo que no nos gusta de nosotros o de los demás. Paralelamente al crecimiento de nuestro cuerpo, vamos desarrollando su representación, que no es otra cosa que una idea mental de nuestra relación con el exterior y de la creencia de cómo este nos percibe.
De allí la importancia de la valoración amorosa y conceptual que recibamos desde la infancia. Es tan importante crecer siendo aceptados en lo natural y modelados culturalmente bajo el respeto por las diferencias y semejanzas.
Y es precisamente en este aspecto de lo humano donde empiezan a germinarse los encantos. Les sucede a todos, aunque no todos lo saben. El encanto no alude a algo excepcional, sino a rasgos o cualidades de personas o cosas que le son distintivas. ¡Hasta la espina de un cactus tiene su encanto como guardiana! ¿Y la noche?, ¡con o sin luna llena, tiene tantos encantos en sus secretos! Una prenda de vestir, una joya o un peinado pueden resaltar atributos; pero es en lo intrapersonal donde residen los encantos.
Me pareció útil compartir la experiencia con esos dos jóvenes y lo dejo con un final abierto: Si aún no conoces tus encantos, empieza a buscarlos ahí mismo, donde vos estás…
Lic. Eva Gazi